En Portugal no se detectó la presencia de linces ibéricos hasta la década de los 90. En la Península había 94 linces, aproximadamente unos 30 en el Parque de Doñana y el resto en Sierra Morena. Gracias al trabajo llevado a cabo, en 2015 conseguimos acceder a la categoría de especie amenazada, que todavía persiste hoy. Ya no está en peligro de extinción dado que el número de ejemplares está proliferando rápidamente”, afirma Rodrigo Serra, veterinario, director y uno de los fundadores del Centro Nacional de Reproducción del Lince Ibérico (CNRLI) de Vale Fuzeiros, Silves, al sur de Portugal, que acaba de celebrar sus primeros diez años de existencia.
Hoy el CNRLI puede considerarse todo un éxito por haber sido capaz de rescatar y salvar a un animal endémico de la Península. “Cuando empezamos el proyecto, nuestra primera idea era conseguir traer al lince a Portugal. El lince se encontraba en grave peligro de extinción en la Península, y concretamente en Portugal estaba en situación de pre-extinción, según el criterio de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza”, afirma el veterinario mientras evoca los últimos diez años.
“Cuando empecé el proyecto, teníamos como mínimo 94 linces en libertad. A finales de 2018 teníamos 686, y en 2019 registramos el nacimiento de 250 nuevos cachorros en las poblaciones conjuntas de la Península Ibérica. Por tanto, esperamos alcanzar un estado de conservación favorable, lo que representaría una cifra de 750 hembras reproductoras territoriales que generarían ocho nuevas poblaciones de linces en la Península Ibérica, alcanzando así 1.500 ejemplares territoriales”, afirma con optimismo el director del CNRLI.
Quienes llegan al centro, en medio de las montañas del Algarve y a espaldas de la presa de Arade, se quedan prendados del silencio del lugar. No se ve ni a un alma. Solo después de atravesar una colina se puede entrever las instalaciones del CNRLI y los 16 espacios cerrados donde viven los linces. No puede hacerse ruido ni tener un contacto visual con los animales para no molestarles ni causarles estrés. Ni siquiera los cuidadores tienen contacto visual con ellos. “Las zonas en las que están los animales cuentan con barreras visuales para que tengan el menor contacto posible con las personas. Para fotografiar a los animales, deberíamos entrar en los recintos, lo que no es posible. Incluso nuestros cuidadores tienen barreras visuales entre ellos y los animales para mantener su condición salvaje y por tanto mayor posibilidad de supervivencia cuando sean reintroducidos en su hábitat natural", explica Rodrigo Serra mientras vemos a los animales a través de una videocámara de vigilancia. “Intentamos mantener un archivo de fotos disponible, tomadas por los cuidadores que mantienen un cierto contacto con algunos animales, en especial los criadores. No tenemos fotos de los ejemplares destinados a la reintroducción”, aclara.
El único lugar en el que se puede contemplar y fotografiar a este hermoso felino es desde una colina situada a la entrada de las instalaciones, y desde la cual se disfrutan de unas vistas espectaculares de los recintos. Nos agazapamos en la ladera y esperamos a que aparezca uno de estos animales y se deje fotografiar. Nada. Al cabo de unos minutos, uno de ellos advierte nuestra presencia y muestra cierta curiosidad, pero pronto regresa al lugar en el que se escondía. “Ahora ya se han dado cuenta de nuestra presencia y seguramente no volverán a salir”, afirma Serra.
Los animales que se encuentran recluidos en los cercados son objeto de una constante vigilancia a través de un circuito de vídeo controlado por dos etólogos que trabajan a tiempo completo para registrar y supervisar cada hora el comportamiento de todos y cada uno de los animales. Durante nuestra estancia, estaban al comienzo del proceso de apareamiento para la reproducción, por lo cual la vigilancia era aún más estricta si cabe.
El proceso de apareamiento es complejo, ya que los especialistas deben asegurarse que las parejas apareadas tengan descendencia. “La temporada de apareamiento empieza a finales de noviembre o principios de diciembre, y la temporada de cópula comprende desde finales de diciembre hasta finales de febrero, con lo cual los nacimientos se producen entre marzo y abril y la siguiente fase de destete dura hasta mayo.
Entre mayo y junio, los cachorros se pelean entre sí, y el aprendizaje para la reintroducción empieza entre julio y agosto hasta finales de diciembre. En enero y febrero del año siguiente empezamos la selección, les ponemos los collarines y liberamos a los animales nacidos en marzo”, comenta el director. El apareamiento se realiza con enorme cuidado y observa los diversos criterios previamente analizados, en particular la genética del animal.
“El apareamiento se realiza teniendo en cuenta la genética, ya que de este modo intentamos conseguir el mejor cruce entre animales lo menos emparentados posible, es decir, con la menor endogamia posible. Una vez obtenido este análisis genético, vemos si congenian o no. "Curiosamente, en el centro no hemos observado nunca ninguna incompatibilidad. Las camadas de estas parejas con menos consanguinidad suelen ser más numerosas y presentan un índice de supervivencia mayor que en estado salvaje”, afirma Serra.
El criterio genético es muy importante, no solo para garantizar la obtención de ejemplares más resistentes, sino porque es una especie con escasa variabilidad genética y en la que la endogamia puede provocar graves problemas. Cuando empecé a trabajar con esta especie, únicamente había 94 animales en todo el mundo, de los cuales solo 25 eran hembras reproductoras, y no había animales en cautividad. Los fundadores de este programa se basaron en estos 94 ejemplares, lo que significa que si reducíamos toda la genética en el programa de conservación, obtendríamos solo el equivalente a cuatro linces”, explica el director del CNRLI. De los 140 ejemplares que están actualmente en cautividad y de los 94 reproductores, solo obtendríamos cuatro linces no emparentados”, afirma. Una endogamia excesiva podría también comprometer el proceso de reintroducción de los animales en estado salvaje, ya que podría provocar la aparición de algunas enfermedades que afectan a estos animales, como la epilepsia.
“La epilepsia juvenil afecta al 55% de los linces jóvenes, que sufren convulsiones que deben ser controladas. Obviamente, estos animales no pueden ser reintroducidos en estado salvaje ni reproducirse. Se convierten en excedentes y son enviados a zoológicos, por ejemplo. Otro problema es el criptorquidismo, que es la retención de los testículos en el abdomen o en el canal intestinal no descendente, por lo que estos animales sufren un problema de reproducción que puede poner en peligro a la especie. Los últimos años de la década de los 70 se detectó este problema en el 7% de la población de panteras de Florida. No se hizo nada para corregir la situación, y al cabo de quince años, el 70% de los ejemplares eran criptórquidos, lo que ocasionó la extinción de la población. Nosotros conseguimos salvar a los linces ibéricos, y era la última oportunidad que teníamos para hacerlo, pero nos encontramos con esta falta de variabilidad genética. Si ahora excluyéramos del programa a todos los animales que sufren epilepsia o criptorquidismo, solo nos quedaríamos con la mitad, y no podemos hacerlo porque nos quedaríamos sin reproductores”, explica Rodrigo Serra.
A la vista de los estudios genéticos realizados y de los todavía en fase de realización, surge una pregunta: si este proyecto no hubiera nacido y no hubiéramos apostado por el CNRLI, ¿se habría extinguido el lince ibérico?
Rodrigo Serra, que desde el primer momento estuvo al frente de la conservación del lince, responde con cautela: “Nunca podrá saberse con total seguridad, pero es muy probable. Si con 25 hembras territoriales los problemas genéticos se sitúan a este nivel, es muy probable que hubiera sucedido la extinción. Sabemos que tenemos la especie felina menos diversa genéticamente del mundo. Los guepardos, generalmente considerados como ejemplo de la especie felina con menos variabilidad genética, tienen trece veces más alelos en un determinado gen, lo que les permite resistir las infecciones bacterianas. El guepardo, que ha sido considerado una especie frágil, posee nueve alelos distintos, y esta especie de lince solo tiene tres, uno en Doñana y dos en Sierra Morena. Una variabilidad prácticamente nula. No sabemos hasta cuándo hubiera sobrevivido esta especie”, reconoce.
Pero todavía queda mucho por hacer en el campo de la genética de estos animales porque, aunque existe la posibilidad de controlar a los ejemplares criados en cautividad, una vez estén en libertad ya no podremos saber cuál se reproduce y cuál no en estas nuevas poblaciones.
En opinión de Serra, en determinadas situaciones existe la posibilidad de tener uno o dos animales que sean responsables del 50% de los cachorros nacidos. “Llegará un momento en que tendremos que complementar las poblaciones de los linces previamente reintroducidos con una nueva genética mediante la introducción de nuevos animales y la retirada de algunos de los existentes con el fin de garantizar la diversidad.
De hecho, la genética es un problema importante. Además de la baja densidad del conejo salvaje, el principal alimento del lince, la escasa variabilidad genética es el problema más grave”, opina Rodrigo.
Tras el nacimiento, las crías son siempre mantenidas cerca de sus madres, igual que lo estarían en su hábitat natural. Solo son retiradas cuando se convierten en independientes y empieza un nuevo proceso de apareamiento.
“Las crías están siempre con sus madres porque deben ser ‘criadas’ por ellas. Aquellas que no han sido ‘educadas’ o criadas por sus progenitores no pueden ser reintroducidas en el hábitat natural. Los cachorros criados por humanos deben quedarse con nosotros. Imagínate lo que podría suceder si soltáramos en plena naturaleza a un animal acostumbrado a la gente: atacaría los gallineros solo por acercarse a gente. La probabilidad de que fueran atropellados por un coche o que los dispararan es muy elevada”, afirma.
Durante el tiempo que están con sus progenitores, son cuidados por sus madres, que les enseñan todo lo que deben saber e instintivamente forman parte de su comportamiento. “Los cachorros están en el recinto acompañados de la madre, que emplea su instinto y básicamente les enseña todo lo necesario para convertirse en independientes: cazar, el comportamiento social que deben tener con otros linces, el reconocimiento de otros linces como parejas sexuales, por ejemplo, y este aprendizaje es de suma importancia. Los cachorros criados por nosotros, por nuestras manos, creen que son personas, se trata de un fenómeno llamado impronta, y por tanto no pueden ser reintroducidos en la naturaleza”, recalca Sierra.
Endémico de la Península Ibérica, el lince ibérico es un especialista en la caza de conejos, un animal que constituye la base de su dieta, y con escasa capacidad de adaptarse a otro tipo de comida.
Un macho necesita comer un conejo al día, y una hembra embarazada come tres conejos al día. Y esta es su alimentación también en el recinto. “Principalmente comen conejos en estado salvaje, aunque también pueden cazar otros roedores. Los conejos son introducidos en el recinto a través de un sistema de túneles que parte de un pasillo central existente entre los recintos, y cuyas salidas son parecidas a las madrigueras. Los conejos salen cuando quieren y los linces deben buscarlos y cazarlos utilizando sus técnicas naturales. Los suministros de conejos son aleatorios, tanto de día como de noche y en lo que respecta a la cantidad. Una camada de tres cachorros puede recibir uno o dos conejos”, afirma Serra. Este momento es utilizado también por los especialistas para estudiar el comportamiento de los animales con relación a la comida y su ingenio para conseguirla. “A menudo deben luchar por la comida, que es lo que hacen en la naturaleza. Y esto nos permite estudiar las técnicas de caza que utilizan, así como la manera en que se defienden de la agresión o del ataque de sus hermanos de camada para conseguir alimento”.
Pero la observación no acaba aquí. Durante el proceso de aprendizaje de las crías, los técnicos observan también su capacidad de defender y eludir diferentes amenazas, en particular la presencia humana.
“Valoramos la capacidad de evasión, sobre todo cuando entra un cuidador en el recinto. ¿Cuál es el comportamiento de la camada? Si no echan a correr, no son candidatos para la reintroducción en la naturaleza. Y en el caso de las crías que no tienen miedo de la presencia humana, cada quince días más o menos, y con carácter aleatorio, los cuidadores entran sigilosamente y corren tras ellas asustándolas y haciendo que huyan, trepen a los árboles y a las redes para instaurar este antagonismo con los humanos. Es fundamental para su supervivencia una vez reintroducidos”, explica Rodrigo Serra.
Esto es debido a que en estado salvaje, estos animales estarán expuestos a diversos peligros de muerte. Además de la poca densidad de conejos, existe el peligro de los atropellos y la caza furtiva. Estas son las causas de muerte más importantes. La principal condición para la presencia del lince es la existencia de conejos. Por tanto, todos los territorios poblados de conejos deberían colonizarse con linces, dado que no hay otro hábitat o entorno más ideal para su existencia.
En opinión de Rodrigo Serra, ha sido una verdadera historia de éxito. “No debería llevarse a cabo nunca un proyecto de reintroducción sin la ayuda de la población local y los agentes locales, tanto cazadores como granjeros, agentes turísticos, etcétera. Nosotros tuvimos el apoyo de las asociaciones locales, en particular de las asociaciones de caza que, en el caso de esta zona, desempeñaron un importantísimo papel de gestores del territorio donde finalmente se asentaba el lince. Tuvimos el respaldo de la población, sobre todo de las escuelas, que se implicaron en el proyecto, así como la respuesta turística, la respuesta cinegética y un indudable trabajo de colaboración que favoreció esta tolerancia y esta coexistencia enormemente positiva, en cuyo escenario se liberaron a 100 animales y nacieron 46 crías solo en 2019. En total ya han nacido 92 crías”, enumera Serra.
Como forman parte de un programa ibérico de reproducción en cautividad, los animales nacidos en el CNRLI se intercambian con centros de España, y los nacidos aquí no son necesariamente reintroducidos en Portugal, sino que depende una vez más de la genética. Es decir, los animales nacidos en el centro son reintroducidos según el criterio genético por toda la Península Ibérica.
“Trabajamos en la misma dirección; los protocolos son los mismos. Se trata de un proyecto ibérico en el que existe mucho intercambio de información y una coordinación técnica, política y administrativa a todos los niveles…”, asegura Serra. Una colaboración que funcionó perfectamente cuando en 2018 se produjo un incendio forestal y fue necesario evacuar urgentemente el centro. “Cuando tuvimos que sacar de aquí a 29 jóvenes linces de noche, vino gente de España, de todos los centros de reproducción y equipos de reintroducción a ayudarnos. Al día siguiente estaban todos instalados en centros de reproducción españoles. Unas 150 personas participaron en esta evacuación”, recuerda Serra.
El futuro se vislumbra prometedor. En diez años, el proceso de extinción de estos felinos ha sido definitivamente revertido. Deberemos esperar otros diez años para alcanzar un estado de conservación favorable.